Comentario
De la provincia de Quimbaya y de las costumbres de los señores della, y de la fundación de la ciudad de Cartago y quién fue el fundador
La provincia de Quimbaya terná quince leguas de longitud y diez de latitud desde el río Grande hasta la montaña nevada de los Andes, todo ello muy poblado, y no es tierra tan áspera ni fragosa como la pasada. Hay muy grandes y espesos cañaverales; tanto, que no se puede andar por ellos si no es con muy gran trabajo, porque toda esta provincia y sus ríos están llenos destos cañaverales. En ninguna parte de las Indias no he visto ni oído a donde haya tanta multitud de cañas como en ella; pero quiso Dios nuestro Señor que sobrasen aquí cañas porque los moradores no tuviesen mucho trabajo en hacer sus casas. La sierra nevada, que es la cordillera grande de los Andes, está siete leguas de los pueblos desta provincia. En lo alto della está un volcán110 que cuando hace claro echa de sí grande cantidad de humo, y nascen desta sierra muchos ríos, que riegan toda la tierra. Los más principales son: el río de Tacurumbi, el de la Cegue, el que pasa por junto a la ciudad, y otros que no se podrán contar, según son muchos; en tiempo de invierno, cuando vienen crescidos, tienen sus puentes hechas de cañas atadas fuertemente con bejucos recios a árboles que hay de una parte de los ríos a otra. Son todos muy ricos de oro. Estando yo en esta ciudad el año pasado de 1547 años, se sacaron en tres meses más de quince mil pesos, y el que más cuadrilla tenía era tres o cuatro negros y algunos indios. Por donde vienen estos ríos se hacen algunos valles, aunque, como he dicho, son de cañaverales, y en ellos hay muchos árboles de frutas de las que suelen haber en estas partes y grandes palmares de los pixivaes.
Entre estos ríos hay fuentes de agua salobre, que es cosa maravillosa de ver del arte cómo salen por mitad de los ríos, y para por ello dar gracias a Dios Nuestro Señor. Adelante haré capítulo por sí destas fuentes porque es cosa muy de notar. Los hombres son bien dispuestos, de buenos rostros; las mujeres, lo mismo, y muy amorosas111. Las casas que tienen son pequeñas; la cobertura, de hojas de cañas. Hay muchas plantas de frutas y otras cosas que los españoles han puesto, así de España como de la misma tierra. Los señores son de extremo regalados; tienen muchas mujeres, y son todos los desta provincia amigos y confederados. No comen carne humana si no es por muy gran fiesta, y los señores solamente eran muy ricos de oro. De todas las cosas que por los ojos eran vistas tenían ellos hechos joyas de oro, y muy grandes vasos, con que bebían su vino. Uno vi yo que dio un cacique llamado Tacurumbi al capitán Jorge Robledo que cabía en él dos azumbres de agua. Otro dio este mismo cacique a Miguel Muñoz, mayor y más rico. Las armas que tienen son lanzas, dardos y unas estolicas, que arrojan de rodeo con ellas unas tiraderas, que es mala arma. Son entendidos y avisados, y algunos muy grandes hechiceros. Júntanse a hacer fiestas en sus solaces después que han bebido hácense un escuadrón de mujeres a una parte y otro a otra, y lo mismo los hombres, y los muchachos no están parados, que también lo hacen, y arremeten unos a otros, diciendo con un sonete: "Batatabati, batatabati", que quiere decir: "¡Ea, juguemos!"; y así, con tiraderas y varas se comienza el juego, que después se acaba con heridas de muchos y muertes de algunos. De sus cabellos hacen grandes rodelas, que llevan cuando van a la guerra a pelear. Ha sido gente muy indómita y trabajosa de conquistar, hasta que se hizo justicia de los caciques antiguos; aunque para matar algunos no hubo mucha, pues todo era sobre sacarles este negro oro, y por otras causas que se contarán en su lugar. Cuando salían a sus fiestas y placeres en alguna plaza, juntábanse todos indios, y dos dellos, con dos atambores, hacían son, donde, tomando otro delantera, comienzan a danzar y bailar; al cual todos siguen, y llevando cada uno la vasija del vino en la mano; porque beber, bailar, cantar, todo lo hacen en un tiempo. Sus cantares son recitar a su uso los trabajos presentes y recontar los sucesos pasados de sus mayores. No tienen creencia ninguna; hablan con el demonio de la manera que los demás.
Cuando están enfermos se bañan muchas veces, en el cual tiempo cuentan ellos mismos que ven visiones espantables. Y pues trato desta materia, diré aquí lo que acontesció en el año pasado de 46 en esta provincia de Quimbaya. Al tiempo que el visorey Blasco Núñez Vela andaba envuelto en las alteraciones causadas por Gonzalo Pizarro y sus consortes, vino una general pestilencia por todo el reino del Perú, la cual comenzó de más adelante del Cuzco y cundió toda la tierra, donde murieron gentes sin cuento. La enfermedad era que daba un dolor de cabeza y accidente de calentura muy recio, y luego se pasaba el dolor de la cabeza al oído izquierdo, y gravaba tanto el mal, que no duraban los enfermos sino dos o tres días. Venida, pues, la pestilencia a esta provincia, está un río casi media legua de la ciudad de Cartago, que se llama de Consota, y junto a él está un pequeño lago, donde hacen sal de agua de un manantial que está allí. Y estando juntas muchas indias haciendo sal para las casas de sus señores vieron un hombre alto de cuerpo, el vientre rasgado y sacadas las tripas y inmundicias, y con dos niños de brazo; el cual, llegado a las indias, les dijo: "Yo os prometo que tengo que matar a todas las mujeres de los cristianos y a todas las más de vosotras", y fuése luego. Las indias y indios, como era de día, no mostraron temor ninguno, antes contaron este cuento, riéndose, cuando volvieron a sus casas. En otro pueblo de un vecino que se llama Giralde Gilestopiñán vieron esta misma figura encima de un caballo y que corría por todas las sierras y montañas como un viento; donde ha pocos días la pestilencia y mal de oído dio de tal manera que la mayor parte de la gente de la provincia faltó, y a los españoles se les murieron sus indias de servicio, que pocas o ningunas quedaron; sin lo cual andaba un espanto que los mismos españoles parescía estar asombrados y temerosos. Muchas indias y muchachos afirmaban que visiblemente veían muchos indios de los que ya eran muertos. Bien tienen estas gentes entendimiento de pensar que hay en el hombre más que cuerpo mortal; no tienen tampoco que sea ánima, sino alguna transfiguración que ellos piensan. Y creen que los cuerpos todos han de resucitar; pero el demonio les hace entender que será en parte que ellos han de tener gran placer y descanso, por lo cual les echan en las sepulturas mucha cantidad de su vino y maíz, pescado y otras cosas, y juntamente con ellos, sus armas, como que fuesen poderosas para los librar de las penas infernales. Es costumbre entre ellos que muertos los padres heredan los hijos, y faltando hijo, el sobrino hijo de la hermana112. También antiguamente no eran naturales estos indios de Quimbaya; pero muchos tiempos ha que se entraron en la provincia, matando a todos los naturales, que no debían ser pocos, según lo dan a entender las muchas labranzas, pues todos aquellos bravos cañaverales paresce haber sido poblado y labrado, y lo mesmo las partes donde hay monte113, que hay árboles tan gruesos como dos bueyes, y otros más; donde se ve que solía ser poblado; por donde yo conjeturo haber gran curso de tiempo que estos indios poblaron en estas Indias. El temple de la provincia es muy sano, a donde los españoles viven mucho y con pocas enfermedades, ni con frío ni con calor.